jueves, 8 de octubre de 2015

Nosotros, los azules (por José Manuel Sánchez del Águila)

Muchos podrán afirmar, aproximándose a cierta verdad, que se trata de un poso de poetas, románticos o incluso locos, que se atreven a desafiar al mismísimo siglo veintiuno. Pero, por ahora, sólo los más sagaces entienden de qué va esto, este vestigio –que para ser minoría es muy numeroso, y que para ser multitud es aún pequeño–, pues eso, este rastro de un sueño que no se acaba de borrar para muchos –por miles, que algo ya es– mujeres y hombres que siguen creyendo en su Patria a rabiar, como unos adolescentes enamorados del más bello de los amores. 



Siguen un mensaje que se lanzó hace ya muchos años por un hombre prodigioso, y los que se aproximaron a él, y por unos jóvenes entusiastas y dispuestos a dar la esencia por la existencia: la existencia era la misma vida, que entregaron como sacrificio, y la esencia era una España que amaban porque no les gustaba. Dentro de casi quince años hará cien de aquel increíble episodio de la historia, cuando la misma historia se tiñó de azul. Pero a esos jóvenes necesitados de nuevos campamentos se les inoculó desde la misma adolescencia una idea nueva y lejos, muy lejos «de los sombrajos de la derecha y de la izquierda». 
Fue cuando llegaron, llegamos, ellos/nosotros, los falangistas. Dispuestos a la intemperie, al ruido, a la persecución y a la muerte –esas vidas que tantos y tantos entregaron en tiempo de persecución y odio–. Me siento muy orgulloso de ellos, ninguna ley desmemoriada me quitará ese orgullo, porque eran como yo, como nosotros, ese puñado de españoles que sigue soñando y protestando, esos soñadores de antaño que tanto han dejado en nuestra memoria. 



Una vez, hace años, cuando definirse como falangista era aún más peligroso que ahora por las connotaciones sociales y profesionales que tal calificativo pudiera producir, pues una vez, iba diciendo, un reconocido derechista sevillano me propuso, por supuesto que de buena fe, dejar mi sueño, mis muertos, y mi mismísima memoria, para ingresar en uno de esos partidos de derechas de la transición que ahora son poder. La clave, según él, era que la Patria, nuestra maravillosa España una, la defendería igual allí o aquí, aquí en mis sueños. En ese tiempo olvidaba que nuestro sueño, el de los falangistas, iba mucho más lejos que la Patria, con ser tan importante. Que nuestro sueño era, como dijera José Antonio, el de la Patria el pan y la justicia para todos, pero «preferiblemente para aquellos que no creen en la Patria porque carecen del pan y de la justicia». No lo entendía, claro, pues era de derechas. Me parezco al Principito contando estas cosas, pero todo es verdad. El pobre hombre, en su buena fe, pensaba, sin haber leído un ápice de la obra de José Antonio, que nosotros, los azules residuales de aquella leva monstruosa del franquismo, estábamos llamados a ser esa tropa que volvería a desfilar ante «los fantasmones de la derecha encaramados en el poder». 



En vano le dije en ese entonces que sólo había Patria sin justicia. En vano le dije que después de tantos años seguíamos soñando con una revolución que llevara a los españoles a la justicia social. Quizá no era la revolución que pregonaban entonces aquellos lejanos camaradas. Pero para nosotros, los azules, seguía siendo necesaria una revolución, una redistribución social, sacando como fuera de la marginalidad y de la miseria –material y moral– a tantos compatriotas. Sin esa premisa, era inútil reivindicar la Patria. Es más, era hasta agresivo para los españoles en la miseria y hasta para la mismísima Patria. Por eso, y por muchas cosas más, le dije a aquel amigo que me hablaba desde la buena fe que no tenía sitio entre ellos y me refugié definitivamente en mi bufete, mis lecturas y mis recuerdos. Y ahí sigo. 



Y me alegro; me alegro mucho, porque desde mi independencia, puedo seguir exigiendo justicia social, y grandes cambios que ningún gobierno propone, pero que en la que nosotros, los azules, seguimos insistiendo. Desde esta distancia puedo seguir acogiendo a muchos jóvenes que se nos acercan, y dejarles mi lamento y decirles que en esta trinchera nada es fácil, pero todo es bello. Que es cierto que seguimos con un sueño maravilloso pero difícil. Pero no se arredran porque saben que nuestro sueño será loco pero no ha caducado. Porque desgraciadamente seguimos viviendo la misma España miserable poblada de bellacos, como en aquel entonces. En ese tiempo se llamaban terratenientes y banca. Ahora se llaman banqueros, políticos corrompidos y yernos de cualquier pelaje. Ahora tanta España corrompida 
Por eso estamos juntos mucha gente: los de ayer y su memoria, y su ejemplo y su sueño que tantos años después sigue estando entre nosotros; los de hoy, que no somos pocos –aunque seamos pocos miles en una elecciones celebradas a la medida de los grandes, «pro domo sua»–. Y los de mañana, esa tropa de azules que no desaparecerá. Y seguirá entre nosotros: nosotros, los azules.

(Publicado en la Gaceta de la Fundación José Antonio Primo de Rivera – nº 53 – 7 de Octubre de 2015)