martes, 31 de diciembre de 2013

JOSÉ ANTONIO ¿FUE DE DERECHAS? (José María García de Tuñón en dignidaddigital.com)

(El historiador José María García de Tuñón)

Así terminaba un reciente artículo que el catedrático Juan Velarde Fuertes publicó en la revista  «Cuadernos de Encuentro» (nº 114), que comienza narrando su primera asistencia, con sólo   nueve años, a un mitin, de políticos de la Ceda, que se celebraba en su pueblo natal de Salas (Asturias). Por lo que sigue contando, nada le gustó lo que dijeron aquellos políticos. Antes una joven universitaria, tía del prestigioso médico e historiador asturiano José Ramón Tolivar Faes, que se casaría con una nieta de «Clarín», había reunido a un grupo de niños, diciéndoles: «Voy a explicaros qué es eso de Falange, lo que dice José Antonio, y porqué deberíais ser falangistas». A continuación, el catedrático habla de sus estudios de economía, de sus colaboraciones en el diario «Arriba», de su paso por la Universidad como educador, etc. etc., hasta terminar, con la citada pregunta: «José Antonio, ¿fue de derechas?».

Nunca sabremos cuál sería la respuesta de Velarde Fuertes. Se la puede uno imaginar, pero no deseo correr el riesgo de expresar lo que pienso; prefiero escribir, en el corto espacio de que dispongo, algunas cosas que dijo o dijeron de aquel hombre que, como García Lorca, no tuvo la muerte que merecía, y, después, cada lector que diga la respuesta que estime oportuna.


(El catedrático de Economía, Juan Velarde)

Comienzo citando a otro José Antonio, el comunista, José Antonio Balbontín, quien dijo, sobre la Reforma Agraria que pedía el líder falangista, era más radical que la suya. El también comunista José María Laso Prieto tomó estas palabras en un artículo que publicó en la revista    «Altar Mayor», año 2007: «Incluso se atribuye a José Antonio Balbontín, que había ingresado en el Partido Comunista de España procedente del Partido Social Revolucionario, la afirmación de que el proyecto de reforma agraria de José Antonio era incluso más avanzado que el del PCE, donde ya entonces militaba Balbontín». Todo el que haya leído un poco a José Antonio sabe quehabló de los abusos del gran capital financiero, de los especuladores y de los prestamistas, pidiendo al final la nacionalización de la Banca. Lo recordó la escritora y jurista Mercedes Formica cuando dijo que el fundador de Falange «fue, rechazado y ridiculizado por su propia clase social, que nunca le perdonó sus constantes referencias a la injusticia, el analfabetismo, la falta de cultura, las viviendas miserables, el hambre endémico de las zonas rurales, sin mas recurso que el trabajo de temporada y la urgencia y necesidad de la reforma agraria».


(Portada de la revista Cuadernos de Encuentro)
Por su lado, la escritora Rosa Chacel, firmante del. Manifiesto de los intelectuales antifascistas, padeció el exilio, y encontrándose en Buenos Aires compró las «Obras Completas» de José Antonio que leyó de un golpe, según escribió. Y aunque le salpicaron los fascismos europeos «leyéndole con honradez se encuentra el fondo básico de su pensamiento, que es enteramente otra cosa. Fenómeno español por los cuatro costados». Es cierto lo que dice esta mujer, Premio Nacional de las Letras, porque la mayoría de los que hablan de José Antonio jamás lo leyeron y menos con honradez.  La socialista Victoria Kent, la que se opuso al voto femenino, dijo de él que era «un perfecto caballero, un perfecto hombre, con toda la cortesía. Y debo decirlo porque eso es lo justo»

(José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange Española)

José Antonio prescindió de Giménez Caballero, que compartió la derecha filofascista de Gil Robles; de Ansaldo, que sólo pensaba en castigar con la violencia; del marqués de Elisada, hombre de confianza de Alfonso XIII.  Mientras tanto fueron llegando personas destacadas de la izquierda política: Oscar Pérez Solís, promotor fundacional del PC; Manuel Mateo, secretario de organización del PC;  Juan Orellana, sindicalista del PC; los socialistas José García Vara y Matías Montero, ambos asesinados por sus antiguos camaradas antes de dar comienzo la guerra civil; Marciano Pedro, hermano de Buenaventura Durruti; Nicasio Álvarez de Sotomayor, que fue secretario de la CNT; Camilo Olcina, que fue secretario de la Marina Mercante en la CNT, etc. etc. Negoció con Prieto y Pestaña una alianza de los socialistas no marxista y los sindicalistas no anarquistas. Y termino con la misma pregunta que formuló Velarde Fuertes: «José Antonio, ¿fue de derechas?»..

                                                                       JOSÉ Mª GARCÍA DE TUÑÓN AZA

viernes, 27 de diciembre de 2013

Como quien espera el alba (Fernando García de Cortázar en Abc, 3 oct. 2013)



(El autor: Fernando García de Cortázar)

El exilio puede deformar la imagen de una patria. El depósito de los recuerdos, el cementerio de los proyectos cancelados asombran la mirada de quienes demasiadas veces tuvieron que contemplar España desde lejos. Al otro lado de la frontera, aprendieron que el exilio no es un lugar, sino una inmensa sensación de pérdida. Vencido en una guerra entre españoles, derrotado en una lucha funesta en la que nadie combatió contra España, Luis Cernuda tituló un puñado de poemas amargos con una conmovedora alusión a un mañana posible: Como quien espera el alba. Adversario de quienes  propiciaron la tragedia, el resentimiento habría de acompañarle hasta su muerte.  Y hasta ella llegó también  la nostalgia viva, el amor implacable por un  a España que nada, ni la catástrofe de aquel enfrentamiento, podía poner en duda. Para este hombre a solas, España continuaba ahí, como referencia emotiva: “Tierra nativa, más mía cuanto más lejana”. Para este hombre despojado de todo, menos del idioma, de la tradición cultural que nadie podía arrebatarle, España adquiría su tensión más honda, su veracidad sin fisuras, al reconocerla en esa perspectiva dolorosa, en pie sobre la historia.
            Un país evocado de este modo no puede ser una mentira. Una nación que se sueña con tal intensidad no puede ser un error. Una patria escrita así no puede ser una concesión a la oportunidad política, ni un acomodo de coyuntura, ni el producto bastardo de una negociación. En los vanos esfuerzos por atender los requerimientos de quienes nunca han creído en España, hemos llegado a deponer nuestras emociones y a pensar que al nacionalismo separatista se le podía regalar el monopolio de la pasión por vivir en comunidad, el sentimiento de pertenencia, la fe en un destino colectivo, la confianza en una tradición de siglos. Asustados por los fantasmas retóricos de nuestro pasado, hemos creído que a los españoles debía bastarnos con levantar un muro de argumentos constitucionales, una masa de preceptos, un túmulo de normativas. Ahí están, desde luego. Ahí se encuentran las razones que certifican la existencia de una nación constituida en Estado, garantizando a todos sus habitantes los derechos inalienables de la ciudadanía moderna. Ahí está el compromiso intransigente para preservarlos.
Pero, junto a las razones de legalidad y legitimidad que tantas veces han sido expuestas en esta misma página, no permitamos que pueda extenderse una imagen que ya ha llegado a dañar la causa que defendemos. No toleremos que el nacionalismo pueda oponer la emoción de una patria histórica a la frialdad de un Estado de diseño. No permitamos que el nacionalismo siga presentándose como la voz del corazón, la expresión de la cultura, mientras España pasa a ser envoltorio jurídico, capa superficial de un malentendido revocable. El nacionalismo pretende siempre tomar esa ventaja, moral y estética al tiempo: pregonar su humillada autenticidad social frente al oprobio de un poder artificioso. ¿Vamos a permitir que el secesionismo siga propagando la imagen de una Estado español que no es nación y de una nación catalana sin Estado?.
No concedamos a tales farsantes el beneficio de nuestras propias dudas, ni dejemos traslucir la falta de confianza en nosotros mismos. Repitámoslo una vez más, para que quienes exigen moderación y diálogo acaben por entenderlo. Lo que está en juego no es una reforma institucional, sino la quiebra de un sistema político, cuya destrucción debe empezarse por lo más elemental, por sus propios fundamentos: la idea misma de una nación española soberana. El objetivo del nacionalismo catalán es la disolución de España que implica la demolición de la pluralidad sobre la que se ha constituido nuestra democracia. Implica romper un acuerdo estable sobre valores esenciales, reglas de juego y mecanismos de gobierno, pero también sobre una idea de España. Implica la radical infidelidad a lo pactado, pero también la temeraria renuncia a un espacio sin alternativas realistas. Implica, desde luego, romper con un sueño compartido antes por una mayoría social y sólo puesto en duda en este invierno de crisis, en lo más hondo de esta quiebra moral, en lo más doloroso de la pérdida de bienestar y esperanza. Sólo en estos escenarios de desdicha ha podido alcanzar resonancia una propuesta que siempre había sido marginal, folclórica y reaccionaria en la opinión que los catalanes depositaron en las urnas durante treinta años.
No estamos ante un pueblo catalán que ha tomado conciencia de sí mismo ni, mucho menos, ante unos ciudadanos que han adquirido la madurez suficiente para advertir que durante siglos Cataluña ha sido un país en cautiverio. A lo que hemos asistido es al abandono de esa construcción de una conciencia nacional española; a lo que hemos asistido es a la insensatez de nuestra clase dirigente, obstinada en descuidar la realidad de nuestra historia común, la autenticidad de nuestra cultura y la solvencia de una integridad colectiva que, a diferencia de los nacionalistas, nunca hemos confundido con el integrismo.
No ha sido la sociedad civil catalana la que se ha puesto en pie frente a un Estado artificial, sino los sectores que han sido adoctrinados, sobornados y exaltados con los recursos clientelares que proporciona la posesión de un poder político decidido a construir una nacionalización alternativa. La tramposa escenificación de una sociedad viva que lucha contra un Estado desalmado es la más grosera manipulación de las muchas que enarbola el nacionalismo catalán en estos días de su incierta gloria. No estamos ante un pueblo que manifiesta su voluntad de ser a expensas de la unidad de España, sino ante un proyecto secesionista que ha utilizado sin escrúpulos su inmensa capacidad de premiar y amedrentar, de promocionar y de marginar, de atraer y de excluir. Nada ha ocurrido como resultado de la evolución natural de los acontecimientos, como esa insultante “mayoría de edad” con que algunos desaprensivos quieren calificar el actual momento que sufre la política catalana.
Cuando salíamos de una dictadura, los catalanes comprendieron que sus derechos ciudadanos solamente les serían reconocidos en el marco de una España en la que Cataluña siempre había encontrado el espacio idóneo de su propia realización. Tras haber disfrutado de gobierno y parlamento propios, tras haber participado de la construcción de la historia en libertad de todos los españoles, el nacionalismo proclama ahora la necesidad de abandonar una esclavitud que él mismo ha administrado. Tamaña paradoja, semejante absurdo, nunca se dio en la historia de España.   
Un concepto de España parece dirigirse hacia el vacío. Una idea de España parece avanzar hacia el exilio. En la sobria y clara perspectiva de quienes, a lo largo de estos últimos doscientos años, proclamaron desde la intemperie y la expropiación su lealtad a una cultura que nos proporciona significado, señalemos aquí nuestro deseo de restauración de una patria libre, plural, integradora y consciente. Como quien medita en el rincón más triste de la historia. Como quien aguarda en el lugar más despiadado de la noche. Como quien espera el alba.

Fernando García de Cortázar. Director de la Fundación Dos de Mayo, Nación y Libertad

martes, 3 de diciembre de 2013

Sugerencias de libros para Navidad (y cualquier otro momento)

Historia. "El último José Antonio" de Francisco Torres (Ed. Barbarroja).


Análisis político. "La Batalla de Gibraltar" de José María Carrascal (Ed. Actas).


Poesía. "La urdidumbre del tiempo" de José María Antón (Ed Vitrubio) Obra ganadora del Premio Luys Santamarina


Novela "Once nombres de mujer" de Antonio Brea (Ed. Barbarroja)


Historia. "Memorias 1931-1947" Mercedes Fórmica (Ed. Renacimiento)


Novela. "Me hallará la muerte" de Juan Manuel de Prada.


Análisis político. "El fracaso de la Monarquía" de Javier Castro-Villacañas (Ed. Planeta).


Novela. "El elegido" de Guillermo Rocafort (Ed. Good books)