lunes, 11 de febrero de 2013

Eugenio d'Ors y José Antonio (José María García de Tuñón en El Catoblepas)


El historiador asturiano García de Tuñón acaba de publicar una investigación que amplía lo dado a conocer hasta ahora por autores como Manuel Parra Celaya, sobre la opinión que el filósofo español d'Ors tenía del fundador de Falange Española.

(Eugenio d'Ors pintado por Ramón Casas)
No se trata de hacer ningún tipo de comparación ni estudio de ambos personajes que un día se conocieron y que forman parte importante de nuestra Historia. Se trata de mostrar unas realidades muy poco conocidas, aunque de ambos se habló y escribió mucho. No siempre bien, es cierto, pero por la ignorancia de los más y porque tampoco se pararon en estudiar sus ideas que confluyeron bastante, también influencias, que el uno tuvo sobre el otro, y que pocos, muy pocos, las han visto, uno de ellos Francisco Umbral que escribió: «La influencia de d’Ors en la retórica de José Antonio es más importante que la de Ortega, y esto no lo ha señalado nadie por la sola razón de que a d’Ors no lo han leído»{1}. Justamente esto es lo que hay y la realidad es la que es. Las biografías de ambos están ahí para quien las quiera consultar. Así, pues, en este trabajo sólo se pretende mostrar las veces que en sus escritos d’Ors citó a José Antonio, citas en su mayoría desconocidas, incluso, para los propios biógrafos del fundador de Falange que no tuvieron en cuenta el pensamiento falangista que siempre conservó «la huella orsiana, pero confundida con la de Ortega, que ya se había estampado sobre José Antonio y con el pathos metafísico heideggeriano»{2}.


(José Antonio Primo de Rivera)

Vemos, por ejemplo, que Ximénez de Sandoval no habla del escritor ni una sola vez, en su Biografía apasionada. Antonio Gibello en su José Antonio ese desconocido aparece el nombre de Eugenio d’Ors como aparece Pilatos en el Credo, es decir, de casualidad, en esta ocasión porque Gibello reproduce unas líneas de Antonio Garrigues Díaz-Cañabate donde éste escribe, junto con otros, el nombre del catalán. Carlos Arce lo ignora totalmente en su Biografía. El maligno de César Vidal, que no sabe quién fue José Antonio, en su Biografía no autorizada no se entera ni que existió d’Ors. Julio Gil Pecharromán en su Retrato de un visionario,lo nombra dos veces sin interés histórico alguno. El hispanista Ian Gibson, no lo cita En busca de José Antonio porque es posible que la causa haya sido que nunca supo quien fue d’Ors. Por último, para no cansar al lector, el libro de la colección Cara y Cruz que escribieron Enrique de Aguinaga y Stanley G. Payne, el nombre del filósofo no aparece en ninguna de sus páginas.
Nació d’Ors, a quien Antonio Machado llamó, «el gran pensador catalán», en Barcelona el 28 de septiembre de 1881 como «Eugeni d’Ors –y Xènius como escritor y Glossari su obra fundamental y su bien amada: Catalunya–, un día descubrió que, en lugar de iniciador de una catalanidad independiente y hasta imperial, es el último eslabón del romanticismo llemosí, iniciado en 1833 por un empleado de Banca, Buenaventura Carlos Aribau, cuando del mugró matern la dolÇa llet bevia»{3}. Hijo de una familia acomodada que se esmeró en darle una buena educación junto con su hermano José Enrique, dos años más joven que él. Hizo todo el Bachillerato en Barcelona con la calificación de sobresaliente. La carrera de Derecho también la estudió en la ciudad Condal, aunque los cursos de doctorado los hace en la Universidad de Madrid.
Dedicado a Jovellanos escribe un artículo en el que nos habla también del Jardín Botánico de Madrid porque frente por frente a su verja se iba a instalar una estación distribuidora de gasolina y que el propio Ayuntamiento había regateado el permiso correspondiente durante años. Otras coincidencias con la época del Jardín Botánico cabe registrar hoy:
«No sé si atreverme a recordar igualmente un documento importante de nuestros días, que, uniendo los cabos de una evolución, está muy cerca de la lección de Jovellanos. Este documento –¡no grite nadie!– es el testamento de José Antonio. Su inspiración templada, su ecuanimidad entre muerte y vida, su útil dignidad, su heroísmo sin pathos confirman la presencia entre nosotros de una tradición, de «otra» y más universal tradición que la de los ascéticos enajenados y declamatorios gestores.»{4}


Leer artículo completo en http://www.nodulo.org/ec/2013/n132p08.htm

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