domingo, 4 de diciembre de 2011

Auge y caída del poder sindical azul (1938-1941) por Gustavo Morales

La Revolución en la Guerra

(Gustavo Morales)
Los intentos por crear estructuras revolucionarias de los falangistas comenzaron durante la Guerra Civil. En los primeros meses del conflicto, en el bando nacional, Falange desarrolló leyes sociales para solventar las seculares injusticias que sufrían los trabajadores españoles. Los falangistas tenían una oportunidad histórica que les habían negado las urnas y abierto los fusiles.
La ofensiva anticapitalista azul arreció cuando Dionisio Ridruejo asumió las responsabilidades de Prensa y Propaganda, auxiliado por Fermín Yzurdiaga, Román Oyarzun y Antonio Tovar. La prensa falangista “seguía condenando, como antes, el liberalismo en todas sus formas […] denunciaban ciertos aspectos franciscanos del catolicismo o declaraban que el Papa no era infalible en cuestiones políticas… cuando, con retraso, el fascismo adquirió relevancia durante la Guerra Civil, mutaría y se sincretizaría de manera inevitable en un híbrido «fascismo frailuno»” (Payne 2006: 72). Como ejemplo, Ridruejo acusó a Pedro Sáinz Rodríguez, que era ministro de Educación, de “haber ofrecido a la Iglesia una gran influencia en la educación”. (Payne 1997: 465) No mentía ni se equivocaba.
(Dionisio Ridruejo)
Trece meses antes de terminar la guerra, el 30 de enero de 1938, Franco formó un Gobierno en el que Fernández-Cuesta asumió la cartera de Agricultura y el ingeniero Pedro González-Bueno ocupó el Ministerio de Organización y Acción Sindical. Su departamento generó leyes avanzadas de protección social y laboral, aunque fue rebatido por algunos camisas viejas: “Si se hubiese levantado un acta de las sesiones, lo que no creo que sucediera, se habría constatado que tanto requetés como conspicuos falangistas resultaban defensores del sindicato de clase. Paradojas” (González-Bueno 2006: 201). Ese mismo año, el 9 de marzo, se aprueba el Fuero del Trabajo más inspirado en la encíclica Rerum Novarum que en la  fascista Carta del Lavoro italiana. González Bueno escribió sobre esos días: “El capital era colocado en su lugar, con la declaración de que no era sino un instrumento de la producción. El trabajo no debía ser considerado una mercancía que se compra o se alquila, sino un honor para el trabajador y un derecho” (González-Bueno 2006: 156). Más aún, los sindicatos serían el cauce de democracia política y económica: “El Fuero del Trabajo cuando se aprobó anticipaba un régimen denominado «nacional-sindicalista», en el que la Organización Sindical, por una parte, debería ser vehículo de la representatividad política del pueblo, pero por otra habría de intervenir directamente en los Ministerios económicos del Gobierno” (González-Bueno 2006: 157). Los falangistas avanzaban en la construcción del esqueleto de un Estado durante la guerra y apenas notaron cuando lo sindical dejó de ser un Ministerio para convertirse en una Delegación.

Los sindicatos de Salvador

El partido único FET y de las JONS lo controlaba el presidente de la Junta Política, Serrano Suñer, quien decidió asignar nuevamente los sindicatos al movimiento. El 9 de septiembre de 1939, el notario Gerardo Salvador Merino, de 29 años fue nombrado delegado de Sindicatos. Salvador había sido herido dos veces en combate en el frente asturiano. Fue nombrado jefe comarcal de FET por Germán Álvarez de Sotomayor en junio de 1937 y jefe provincial en noviembre. Fernández-Cuesta lo destituyó por realizar una concentración en la plaza de toros de La Coruña el 24 de abril de 1938, con el lema “Abajo la burguesía”. Salvador marchó de nuevo al frente, combatiendo en Castellón, con la graduación de sargento obtenida por méritos de guerra (Moreno Juliá 2004: 45).
El delegado de Sindicatos dependía del secretario general de FET, general Muñoz Grandes, que había sido rápidamente atraído por las tesis azules más revolucionarias. “El nombramiento de Salvador Merino es buena prueba de por dónde iban los intereses e inclinaciones políticas de Muñoz Grandes durante su paso por la Secretaría General” (Togores Sánchez 2007: 227). Salvador se adscribía al grupo más radical de Falange, hostil a la masa derechista que ingresó en las filas falangistas y que fue mal asimilada durante la guerra. Según Manuel Penella, el secretario de Ridruejo, el general Muñoz Grandes se “había entendido muy bien con Gerardo Salvador Merino, hasta el punto de que había pensado lanzarse por su cuenta a la conquista de Gibraltar para poner a Franco ante un hecho consumado y obligarle a hacer la revolución” (Togores Sánchez 2007: 247).
Payne describe a Salvador, de una forma simplista, como “nazi ardiente, cuyo objetivo era levantar un sistema sindical poderoso y relativamente autónomo como elemento decisivo del nuevo régimen” (Payne 1997: 523). Sí era cierto que Gerardo Salvador era radical en su falangismo. “Lo que planeaban Salvador Merino y sus colaboradores había de ser un Nacional–sindicalismo que estuviese alejado de los sindicatos «libres» [...] que correspondiera a las exigencias de la clase trabajadora española” (Ruhl 1986: 63). En 1940 todavía era posible la revolución. El poder de Salvador Merino creció porque pudo moverse con independencia debido a varios factores: los jerarcas miraban a otra parte; Serrano Suñer se afanaba en acaparar el control del nuevo Estado; estaba vacante la Secretaría General de FET y de las JONS tras su abandono por Muñoz Grandes y entre los falangistas existía un déficit de liderazgo.
La reestructuración sindical de Salvador fue total hasta llegar a la Ley de Unidad Sindical en la que se aseguraba el predominio de los Sindicatos que integraron a las asociaciones profesionales y empresariales. El 26 de enero de 1940 se promulgó la ley de Unidad Sindical. Los jóvenes azules la usaron para hacerse con amplias áreas de poder sindical: “La ordenación económico social de la producción se ejerce a través de los Sindicatos Nacionales […] El jefe de cada Sindicato Nacional será nombrado por el Mando Nacional del Movimiento, a propuesta de la Delegación Nacional de Sindicatos”.
El poder sindical azul se manifestó de forma pública en una multitudinaria concentración de obreros el 31 de marzo de 1940, celebrando el primer año de paz, que marchó por el Paseo de La Castellana gritando que los trabajadores habían conquistado el poder y el Estado Sindical iba a ser implantado. La demostración levantó las iras de sectores del Ejército y el miedo de muchos capitalistas, así como de los monárquicos. El general Varela juró que acabaría con la carrera de Salvador. Los tres sectores se pusieron de acuerdo en la necesidad de reducir el poder de los azules. Comenzó la pugna. Franco debilitó a los falangistas destituyendo al general Yagüe como ministro en junio. La entrevista de los dos militares fue “un enfrentamiento en toda regla. De legionario a legionario”. (Palacios 1999: 261) Al mes siguiente, los generales Solchaga y Orgaz se quejaron al Caudillo de los falangistas. Después también lo hicieron los generales Aranda y García Escámez en el mismo sentido, pidiendo una restauración monárquica, que aplaudían los generales Varela y Kindelán.
(Narciso Perales)
Los falangistas se sentían con fuerzas para vencer. Gente próxima a Dionisio Ridruejo, en el boletín que publicaba la Delegación Provincial de Barcelona, escribía en julio de 1940: “Encuadrados en nuestros Sindicatos existen una gran cantidad de empresas y de productores que no se encuentran en su sitio. Que están con nosotros por las circunstancias a disgusto. Su incorporación a nuestros Sindicatos ha sido su mal menor. Expresado en dos palabras: están incómodos. Denotan su casta […] caciquil, siguen haciendo política cobarde y destructora y quieren hacer cundir en otros la desanimación; pero no saben cuan lejos están de esto”.  En octubre, Salvador afirmaba que “dentro de muy pocos días, los Sindicatos Nacionales tendrán de hecho y por derecho atribuciones de enorme trascendencia y responsabilidad respecto a la ordenación económica nacional, con vistas a una unidad, siquiera de instrumentación, de la política económica del Estado”. La Delegación Nacional de Sindicatos la definió Germán Álvarez de Sotomayor como “refugio o reducto último de nacional-sindicalistas” en el I Congreso Sindical, celebrado del 11 al 19 de noviembre de 1940.
Analizando la nueva ley sindical, Pío Miguel Izurzun, el delegado de sindicatos de Barcelona, con cerca de medio millón de afiliados, expresó: “La ley termina con los jerarcas irresponsables del capitalismo, anula las fuerzas ocultas y mágicas del poderío financiero. En una palabra comienza solemnemente la verdadera Revolución Nacional contra una serie de siglos de orden antiespañol y anticatólico, [...] capitalista y marxista”. Esa ley integraba a las asociaciones de tipo gremial, fueran profesionales o empresariales en una única organización. Salvador era un revolucionario, que con la Ley de Unidad Sindical, extendió por España en 1940 una red sindical acometiendo obras sociales novedosas y avanzadas.
El descontento de los azules con los monárquicos y derechistas, a finales de ese año, llevó a Dionisio Ridruejo a hablar a “un confidente del SD [Sicherheitsdienst, servicio de información de la Schutzstaffel, las SS nazis] de un derrocamiento político que se llevaría a cabo en breve y con probabilidades de éxito” (Ruhl 1986: 64). En esa línea, los camisas azules que rodeaban a Serrano Suñer le exigieron un golpe de timón. Había que romper con el Estado burgués y clerical, para ello necesitaban poder real. Querían la Presidencia del Gobierno, los Ministerios de Asuntos Exteriores, Gobernación y Educación; fundiendo los Ministerios de Agricultura, Comercio e Industria en uno solo de Economía. Amenazaron a Serrano con pasar a la oposición y dimitir en masa. Serrano ofreció a Salvador la cartera de Trabajo para convertirle en su aliado y, además, poder fiscalizar, desde el Gobierno, la ya poderosa Organización Sindical, pero Gerardo Salvador quería más: pidió la Secretaría General del Movimiento y los Ministerios de Gobernación y de Asuntos Exteriores, cuyo titular era Serrano.
Hans Thomsen, el representante nacionalsocialista en Madrid, preparó a Gerardo Salvador un viaje a Alemania para que conociera el Frente de Trabajo Alemán. Simultáneamente Salvador ofrecía 100.000 trabajadores a esa organización (Togores Sánchez 2007: 334). “Como aliado para sus intenciones se ofreció, en primer lugar, laAuslandsorganization (Organización para el Extranjero) del Partido Nacional Socialista Alemán  (NSDAP), que se había establecido en España durante la Guerra Civil y relacionado con los viejos falangistas” (Ruhl 1986: 19). Salvador visitó Alemania el 29 de abril de 1941, donde se reunió con Goebbels, Ribbentrop, Funk, y Hess. “El espionaje alemán informó de que Salvador Merino estaba involucrado en una conspiración (Yagüe, Aranda, Asensio y Muñoz Grandes) dirigida a formar un nuevo Gabinete, constituido por militares y falangistas, del que quedase excluido Serrano.” (Moreno Juliá 2004: 47). El ministro de Propaganda del Reich, el Dr. Goebbels, anota en su diario: “Franco y Suñer completamente entregados al clericalismo, carecen de apoyo popular; ni siquiera han comenzado a ocuparse de cuestiones sociales; hay un caos tremendo; la Falange no tiene ninguna influencia […] Esta es la imagen de un país después de una revolución que ha causado casi 2 millones de muertos. Y encima es un aliado nuestro. ¡Espantoso!”.[i]
A su regreso, Salvador realizó el II Consejo Sindical. El nuevo secretario general de FET, José Luís Arrese, y Serrano Suñer le miraban con desconfianza. Salvador, en su alocución a Franco explicando los resultados del Consejo, exigió más poderes para los sindicatos, donde Muñoz Grandes había aconsejado que se admitiera a los obreros de cualquier procedencia, y pidió la proclamación urgente de la hegemonía absoluta de la Organización Sindical en política y economía.
Franco dio un nuevo golpe de timón. En la reestructuración gubernamental de mayo de 1941 Girón de Velasco fue nombrado ministro de Trabajo y José Luis Arrese secretario general de FET, para desactivar cualquier veleidad radical, a  pesar de que el teniente coronel Écija avisó al Caudillo que Yagüe y Arrese conspiraban contra la Jefatura del Estado (De Diego 1991: 104).
El 7 de julio de 1941 se casó Gerardo Salvador en Barcelona, partiendo de luna de miel a Baleares. Salvador vio que el Gobierno le había consentido el discurso radical porque lo necesitaba para encuadrar al proletariado español, hasta 1939 influido  por el anarcosindicalismo. Pero Salvador sobrepasó los límites al intentar hacerse con el control de la economía nacional para obtener el poder. El delegado nacional de Sindicatos vio reducidas sus atribuciones. Ante ello, contactó con los falangistas rebeldes, como Tarduchy y González de Canales, pero rechazó las aventuras clandestinas en que estaban implicados. Después buscó el sostén de camisas viejas mejor colocados como Pilar y Miguel Primo de Rivera, Mercedes Sanz Bachiller y Martínez de Bedoya. Era tarde.
El Consejo de Ministros acordó la destitución de Gerardo Salvador Merino por “pertenencia a la masonería y a círculos socialistas durante la II República”. Su presencia en logias masónicas nunca fue probada aunque sí muy aireada por la BBC británica. Lo de venir del socialismo sí era cierto como el mismo Salvador había reconocido en su ficha de afiliación a Falange. Había abandonado el PSOE cuando miembros de éste atentaron contra sus padres, en mayo de 1933. Tanto él como sus más próximos colaboradores fueron expulsados de FET. Salvador fue confinado en Baleares a finales de 1941. “La Falange de izquierdas fue relegada políticamente. Puestos de experimentación, que Franco había encomendado a la Falange, después de la Guerra Civil española fueron suprimidos” (Ruhl 1986: 174).
Había terminado el intento más serio de los falangistas de hacerse con el poder. Conforme la Segunda Guerra Mundial se acercaba a su fin la influencia de los azules se iría reduciendo hasta el acompañamiento coreográfico.
Obras citadas:
De Diego, Álvaro. José Luis Arrese o la Falange de Franco. Editorial Actas, Madrid, 2001.
González-Bueno, Pedro. En una España cambiante. Áltera, Madrid, 2006.
Moreno Juliá, Xavier. La División Azul. Crítica, Barcelona, 2004.
Palacios, Jesús. La España totalitaria. Las raíces del franquismo: 1934-1946 Planeta, Barcelona, 1999.
Payne, Stanley. Franco y José Antonio. Planeta Barcelona, 1997.
Payne, Stanley. 40 preguntas fundamentales sobre la guerra civil. La esfera de los libros, Madrid, 2006.
Togores Sánchez, Luis Eugenio. Muñoz Grandes. La Esfera de los Libros, Madrid, 2007.
Ruhl, Klaus Jörg. Franco, Falange y III Reich. Akal, Madrid, 1986.

(Tomado de Hispaniainfo.es)

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